La inteligencia no depende del sexo

21 Mar, 2019Artículos

La cuestión de si existe un cerebro femenino y otro masculino ha sido históricamente objeto de encendidos y absurdos debates, lo que pone de manifiesto el notable interés que el tema encierra, para desacreditarnos a las mujeres desde todos los bandos posibles. Lo cierto es que nuestro cerebro y nuestra inteligencia no son ni femeninas, ni masculinas.

A finales del siglo XIX, mucho antes de que se concibiera la resonancia magnética nuclear y otras técnicas aplicadas al estudio cerebral, la principal diferencia medible entre los cerebros de mujeres y hombres, era el peso, valorado evidentemente en las autopsias. Como el cerebro femenino pesaba, unos 150 gramos menos que el masculino, los científicos atribuyeron a eso que nosotras debíamos de ser menos inteligentes.

En la actualidad, relevantes investigadoras e investigadores, llevan varios años intentando desmontar estas creencias pseudocientíficas profundamente enraizadas en la población e incluso en gran parte de la comunidad dedicada a la neurociencia.

¿Qué es la inteligencia?

Para comprender el origen de estas controversias absurdas, es importante comprender a qué nos referimos cuando se hace alusión a la inteligencia de una persona.

Inteligencia es la capacidad de responder a los estímulos o la capacidad de resolver problemas. Es decir, una persona puede acumular muchos conocimientos, sin embargo, puede no ser capaz de resolver un problema tan sencillo como hacer una compra por internet, pagar las facturas, cocinar, cambiar una bombilla o simplemente relacionarse de forma sana con otras personas de su entorno.

La inteligencia nos permite comprendernos y adaptarnos al medio, así como responder de determinada manera a los distintos estímulos que nos rodean, organizar nuestro pensamiento, procesar la información, razonar, planificar, inhibir o elaborar conductas y procedimientos de actuación entre otras cosas. Se trata de un elemento vital para la supervivencia y la funcionalidad de las personas en la naturaleza y en la sociedad.

Los mitos no científicos que rechaza la ciencia

Uno de los mitos más arraigados en este aspecto es la noción de que mujeres y hombres tenemos cerebros notablemente distintos y programados de maneras diferentes.

De aquí se derivan relatos tales como aquel que sostiene que las mujeres somos peores que los hombres en actividades informáticas o de cálculo, por ejemplo, con lo que se intenta justificar una menor presencia de mujeres en las carreras de ingeniería y ciencia.

O el que a las niñas, por naturaleza, les gustan las muñecas mientras que los niños se sienten mucho más atraídos por los camiones. Otro mito afirma que las mujeres somos más hábiles que los hombres para realizar varias tareas simultáneamente, debido a que supuestamente en el cerebro femenino el cuerpo calloso (que conecta los dos hemisferios del cerebro) es más grueso en ellas que en los varones.

Otra particular leyenda argumenta que las mujeres tenemos mayor capacidad para identificarnos con el dolor de otra persona, es decir, que mostramos más empatía, debido a que aparentemente tenemos un número más elevado de neuronas espejo, cuya función se cree que es intervenir en la comprensión del comportamiento de los demás. Pero no es así.

En este mismo contexto ajeno a lo riguroso, pues ninguna de estas afirmaciones ha sido científicamente contundente, ni probada, se ha legitimado que los hombres son más competitivos que nosotras o que son claramente más hábiles a la hora de leer un mapa y orientarse o de aparcar un coche. Así sucesivamente, se han ido configurando una serie de creencias falsas, pero aceptadas por la opinión dominante, no bien informada precisamente.

Lo que nos interesa destacar aquí es que a menudo no somos conscientes de que ciertos investigadores, y sus voceros más mediáticos, utilizan la ciencia para legitimar todos estos estereotipos de género, carentes de rigor pero objetivamente machistas y manipulativos.

Los modelos de carácter sexista procedentes del mundo académico y apoyados en argumentos definidos como naturales, ejercen una poderosa influencia en el pensamiento colectivo, por lo que resultan sumamente difíciles de extirpar.

Por eso es urgente contribuir e interferir en los debates para que el público interesado pueda acercarse con certezas e ir eliminando prejuicios entorno a la neurociencia y sus avances. Esto es, hacerlo desde una perspectiva moderna y lo menos sesgada posible, como invita a hacerlo Ángela Saini, periodista especializada en divulgación de la ciencia, en su libro How Science Got Women Wrong and the New Research That’s Rewriting the Story (Cómo la ciencia se equivocó con las mujeres y las nuevas investigaciones que están reescribiendo la historia).

Ni el tamaño, ni las hormonas, son los estereotipos

Los estudios dedicados a profundizar en el análisis de las supuestas semejanzas y diferencias entre el cerebro femenino y el masculino, se han basado desde mediados del siglo XX en una persistente visión centrada en las hormonas sexuales.

Dado que en ambos sexos las hormonas juegan un papel en el desarrollo cerebral, esa pretendida existencia de dos cerebros distintos se ha asumido como un hecho demostrado y por tanto indiscutible de que nuestras inteligencias también son dispares.

El hecho de que las hormonas influyan en nuestra fisiología, no significa que sea un hecho el que puedan ejercer un efecto sobre nuestras inteligencias, ni mucho menos que sea un aspecto diferenciador. Sin embargo, esta idea ha sido sobrevalorada, al grado de que han alimentado una tesis que acabó por convertirse en incuestionable.

Al respecto, diversas investigaciones realizadas con el fin de identificar los mecanismos mediante los cuales las hormonas podrían conferir «sexo» al cerebro, no han mostrado resultados positivos, según afirma la experta en neurociencia Daphna Joel, citada en la web Mujeres con Ciencia, de la UPV/EHU.

Lo que sí ha sido probado, continuando con las afirmaciones de Daphna Joel, es que el cerebro cambia desde la típica forma femenina a la típica forma masculina, independientemente del sexo biológico de los individuos.

Como muestra la investigación «Sex beyond the genitalia: The human brain mosaic» (Sexo más allá de los genitales: el mosaico del cerebro humano), publicada por la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) en diciembre 2015, las comparaciones entre más de un millar de cerebros de mujeres y hombres demuestran que esta dualidad referente a características que podrían definirse femeninas, como masculinas, está presente en los encéfalos de todas las personas.

La ciencia del lado del patriarcado ¿lo dudabas?

Las diferencias halladas en el funcionamiento cerebral entre mujeres y hombres, no pueden ser únicamente atribuibles al sexo biológico de la persona, sino que se deben considerar los efectos provocados por los diferentes roles de género que se nos atribuyen a unas y a otros. Es por eso que las investigaciones que cruzan información relativa a la diferencia de hombres y mujeres con las diferencias culturales resultan muy reveladoras, porque permiten separar mejor la genética y los roles de género.

Tradicionalmente el rol del varón ha sido el de protector, aquel ser trabajador e implacable que debe llevar el sustento al hogar. Por lo tanto debe ser fuerte y capaz de hacer frente a los múltiples problemas que el medio les plantea manipulando para ello el medio físico. En cambio, a las mujeres se nos ha atribuido el papel de dadora de vida, ama del hogar amorosa y cuidadora, destinada a ofrecer bienestar en el hogar y/o fuera de él. Estas etiquetas nos hacen ver que el papel tradicional del hombre ha sido más instrumental y el de la mujer más emotivo-relacional.

Desde la infancia se ha ido exigiendo diferentes capacidades a unos y a otras, cosa que con el tiempo produce que se establezcan diferencias en la manera de organizar y ver el mundo, es decir, en la capacidad de responder a nuestros problemas y adaptarnos a las circunstancias.

El hecho de que gran parte de las diferencias se deban a factores educacionales es fácilmente visible si tenemos en cuenta la situación actual: con el progresivo aumento de la igualdad en la educación y la flexibilización y relajación de los roles de género cada vez vemos más mujeres dedicadas a cuestiones más técnicas y a cada vez más hombres con un elevado nivel de expresividad y emotividad.

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Diferentes, pero iguales

Lo que vivimos y el modo en que actuamos no es un producto unidireccional de lo que tenemos en el cerebro, sino que éste se irá desarrollando con la estimulación ambiental.

El cambio de paradigma que concibe un cerebro masculino y femenino, a la idea más científica de un solo cerebro compuesto por un mosaico altamente heterogéneo, implica trascender la obsesión de enfrentarnos como géneros, para recurrir a metodologías que tengan en cuenta la enorme variabilidad de los cerebros de las personas de manera individual.

La ciencia, entonces, no podrá, ni deberá utilizarse como escudo para justificar jerarquías sexuales contaminadas de prejuicios de género sociales y culturales.

Queremos terminar insistiendo en la presencia de un amplio colectivo de mujeres científicas que lleva ya varios años organizando un movimiento de vanguardia en un esfuerzo por denunciar y eliminar los diversos estereotipos de género que lastran supuestas teorías científicas, como la que intenta conferir un sexo a nuestra inteligencia sostenida de manera irracional en injustas relaciones de poder.

Libro How Science Got Women Wrong and the New Research That’s Rewriting the Story

Círculo de Tiza (2018)

En esta publicación, la periodista Ángela Saini confirma que las mujeres no somos débiles o endebles, ni física ni mentalmente, una mentira histórica aceptada desde que Darwin, supuesto padre de la ciencia moderna, afirmó a mediados del siglo XIX que aunque las mujeres solemos superar a los hombres en cualidades morales, éramos inferiores intelectualmente. La sociedad ha cambiado mucho desde entonces, pero ciertas sentencias son muy difíciles de borrar del inconsciente colectivo. Ésta es una de ellas.

La ciencia ha sido y continúa siendo, muy injusta con las mujeres. No se trata sólo de explicar de qué somos capaces las mujeres, sino, de aclarar por qué la ciencia no ha sabido librarnos de los estereotipos de género. Porque el género es también una identidad social, influida pero no definida sólo por la biología, pues otros factores externos como la educación, la cultura o el entorno son más determinantes.

La periodista científica Angela Saini, ganadora de importantes premios por su labor divulgativa, indaga en este libro acerca de algunas de las creencias más arraigadas sobre hombres y mujeres con una perspectiva original y rigurosa y presenta nuevas investigaciones que están reescribiendo la historia.

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