Todas las personas que migramos sufrimos un duelo, sin embargo, cada una gestiona este proceso de distinta manera. Por ello es importante saber reconocer cuando migrar duele, para evitar que se convierta en un proceso patológico.

Dejar nuestro lugar de origen encadena varias pérdidas, pues no sólo implica alejarnos del terruño para arribar a una tierra desconocida. Migrar significa también la pérdida del hogar, pérdida de seres queridos, pérdida del trabajo y como consecuencia de todo lo anterior, conflictos de identidad. Además, muchos de estos movimientos migratorios son motivados por la precariedad económica, situaciones de violencia en el país de origen, guerras, persecución, desplazamientos forzados, los cuales son de por sí agravantes de la situación de malestar.

Lo anterior confirma que los procesos de duelo migratorio son sumamente diferentes, y pueden variar dependiendo de las razones por las que alguien ha tenido que dejar su lugar de origen y de cómo era su situación en aquel lugar.

El reconocimiento de la propia valentía para salir de nuestra zona de confort, haber superado el miedo para enfrentar situaciones desconocidas, para vivir, trabajar o estudiar en un país ajeno, es un indicador de nuestra capacidad para sobrellevar el proceso de duelo migratorio.

En qué consiste un duelo migratorio

Como lo explica la psicoterapeuta Irene del Valle, también migrante y fundadora del proyecto Mentes en equilibrio, donde acompaña a personas que experimentan esta situación, un duelo es todo proceso psicológico de adaptación ante la vivencia o percepción de una pérdida, real o simbólica (una muerte, un divorcio, la ruptura de una relación, la pérdida de un trabajo). Este proceso es una experiencia, natural y universal en todos los seres humanos.

Por tanto, el duelo migratorio se entiende como el proceso de adaptación psico-social que vive una persona que decide cambiar de residencia a otro país y que vive una pérdida material y simbólica de todo aquello relacionado con su país de origen.

Se piensa normalmente que sólo quien emigra vive una pérdida, pero también quienes se quedan sufren el duelo, es decir, aquellas personas del entorno a quienes hemos dejado. Ellas también viven la pérdida y un cambio en sus vidas y sus rutinas diarias.

La comunicación más o menos regular ayuda, sin embargo, aunque ésta se produzca, suele persistir la sensación de que mientras estamos lejos, nos perdemos cosas, pues no tenemos certeza de lo que nuestros seres queridos hacen en nuestra ausencia, y a la inversa, nuestras familias o amistades no saben lo que nosotras vivimos en el día a día.

Ante esta circunstancia, nuestra vida se va alimentando de melancolía y hasta de tristeza.

La dificultad comienza cuando la persona no es capaz de elaborar el duelo, es decir, cuando no procesa la pérdida y se convierte en un duelo persistente y severo, en donde ella no puede adoptar los beneficios de la migración debido a la intensidad con que está viviendo estas pérdidas. Cuando esto ocurre:

  • Se tienen sentimientos de soledad, aislamiento y sensación de no pertenecer al nuevo país de residencia.
  • Se experimentan sentimientos de duda, culpa o arrepentimiento ante la decisión de vivir en el extranjero, sensación o pensamientos constantes de querer regresar.
  • Presencia de sentimientos de miedo y ansiedad ante lo desconocido y/o de frustración.
  • Dificultad para disfrutar el momento presente y las nuevas experiencias.
  • Negatividad ante el presente y el futuro.
  • Comparación constante e improductiva de los estilos de vida y circunstancias entre el país de origen y el país de acogida.

Complicaciones de un duelo migratorio no resuelto

Cuando no se cierra el duelo migratorio produce lo que desde la psicología se ha denominado Síndrome de Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple, o simplemente Síndrome de Ulises, en referencia al personaje épico de la Odisea de Homero, quien pasó veinte años lejos su natal Ítaca, para ir a luchar en la mítica guerra de Troya y al volver se enfrentó con innumerables desafíos.

Como ya hemos dicho, el duelo migratorio lo vive toda persona que se separa de su lugar de origen. Sin embargo, quienes sufren el Síndrome de Ulises, viven todas las experiencias del duelo migratorio de forma exponencial. La situación se agrava cuando la posibilidad de volver al país de origen es menor debido a situaciones de conflicto o de amenaza.

La separación forzada, el miedo a perder la vida en el camino, la lucha por comer cada día, las amenazas de las mafias, los abusos y la violencia sexuales, el miedo a la deportación, todo ello alimenta hoy el Síndrome de Ulises. Así lo señala el psiquiatra Joseba Achotegui, quien acuñó el término, y cuyo trabajo desde el Servicio de Atención Psicopatológica y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (SAPPIR) en Barcelona, le ha permitido conocer también su evolución.

Como explica Achotegui, en entrevista a eldiario.es, en los años noventa, el paisaje humano era distinto, había más gente de otros sitios y muchos no tenían acceso a las necesidades básicas de alimentación, vivienda o salud. De aquí surge la idea de crear el SAPPIR el año 1994.

A lo largo de estos 25 años se han producido notables cambios en los procesos migratorios hacia España, pues no sólo se ha incrementado la cantidad de personas que llegan a este país, sino que también se han endurecido las medidas impuestas por los gobiernos para evitar que las personas puedan migrar de manera segura, por lo cual las rutas y las condiciones del trayecto son cada vez más inhumanas.

De acuerdo con el Estudio sociodemográfico realizado a las personas que sufren el Síndrome de Ulises, por el SAPPIR, estos son en su mayoría personas latinoamericanas y subsaharianas, llevan entre 2 y 5 años en España, son sobre todo personas jóvenes o adultas, es decir, entre 30 y 44 años, a menudo la hija o el hijo mayor de las familias que han dejado en sus respectivos países de origen.

Hablamos, en definitiva, de personas que han viajado para sustentar a su familia, en muchos casos dejando atrás hijas e hijos, y que se enfrentan a circunstancias que en ocasiones superan la capacidad de adaptación del ser humano.

Por otra parte, los estudios de migración explican que las personas que llegan a España reflejan un abanico de unas 200 profesiones, y al llegar aquí acaban haciendo cuatro: cuidados, limpieza, hostelería, construcción, al principio lo aceptan pero cuando pasa el tiempo deviene, como ya lo hemos dicho, la frustración. La gente que ya tenía un estatus relativamente bajo en su país de origen y aquí también, percibe la frustración en menor medida que quienes vienen de profesiones en su país con un estatus más alto.

La combinación de estos factores: soledad, fracaso en el logro de los objetivos, vivencia de carencias extremas y miedo se convierten en un cóctel que es la base psicológica y psicosocial del Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple (Síndrome de Ulises).

El regreso también significa una nueva migración, pues al hacerlo ya no es la misma persona, ha cambiado de ideas, su personalidad se ha modificado y por supuesto las personas que encuentra también han sufrido cambios que antes no eran tan perceptibles.

No importa realmente quien haga la primera migración, los cambios afectarán a varias generaciones en ascendencia (principalmente los padres y madres) y en descendencia (los hijos e hijas). Sobretodo afectará a aquella descendencia de parejas biculturales. Éste tema es muy amplio y vale la pena escribir todo un contenido sólo para él.

Las migraciones deberían estructurarse de manera que nadie sufra. Aunque sabemos que eso es un desafío, muy, muy lejano de superar.

Estrategias para sobrellevar el duelo migratorio

La forma en la que afrontamos las situaciones depende en gran parte de cómo valoramos la propia situación. Frente a una parte más objetiva, hay también una parte subjetiva referida a la interpretación que una persona migrante hace de su situación en un territorio ajeno.

Por ese motivo, debemos plantearnos cuál es esta parte subjetiva para descubrir las oportunidades que ello representa. Si valoramos nuestra estancia en el extranjero como una oportunidad para conocer y aprender, y como un reto que somos capaces de superar, la evaluación será más positiva que si nos quedamos en el pensamiento de que hemos tenido muchas pérdidas.

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Expresar nuestro sentir

Al igual que emigrar es una experiencia común y humana, echar de menos nuestra tierra y sentir nostalgia y tristeza, es también humano. Son emociones que nos facilitan la reflexión y mejor adaptación ante cambios vitales.

Pero es importante darnos la oportunidad de expresar todo lo que sentimos, y contar con alguien que pueda escucharnos, ya sea de nuestro país de origen, a través de las redes sociales o una llamada telefónica, o bien, del lugar en que ahora residimos.

Muchas personas se guardan sus sentimientos para no preocupar a su familia, pero el simple hecho de la expresión, nos ayudará a lidiar con los efectos y sensaciones negativas del duelo migratorio

Hacer nuevas amistades

Es fundamental generar relaciones y tejer redes de solidaridad en el lugar al que hemos de adaptarnos. Se pueden buscar grupos de gente que vivan o hayan vivido la misma situación, para hablar y compartir experiencias. Relacionarse y empatizar con otras personas ayuda a sobrellevar mejor el proceso de duelo.

Recordar que cada experiencia enriquece la vida

No olvidar que todas y cada una de nuestras vivencias suman. Nos ayudan a ampliar nuestra visión del mundo, a valorar lo que ya tenemos y lo que estamos por tener. Es un proceso de aprendizaje y ganancia constante.

Vivir el presente

Es importante no anclarnos en el pasado y lo que quedó atrás, pues nos imposibilita vivir el presente. Esto no significa que debamos renunciar a nosotras mismas, ni a nuestra identidad. En ningún caso, la solución es olvidar, sino integrar el pasado y proyectarlo hacia el futuro.

TODAS las personas somos migrantes

O lo han sido nuestras antecesoras o antecesores, o quizás lo sea, en un futuro próximo o lejano, nuestra descendencia. Las sociedades somos eso: personas en movimiento desde nuestros orígenes.

Ante ello no queda más que reconocer que la diversidad nos enriquece y que al igual que ocurre con una persona a quien brindamos nuestra hospitalidad, una acogida digna a las personas que emigran nos engrandece como sociedad y como humanidad.

Nuestra casa es el mundo, versa la canción. Y la solidaridad no tiene puertas. Es la única forma de relacionarnos de igual a igual.